La joven Daniela Guerrero abandonó su carrera diplomática en Suiza para mudarse a Dokolo, donde ha impulsado un cambio cultural sin precedentes

Alcobendas, 17 de octubre de 2025. Cuando era niña en la urbanización Santo Domingo, en Algete, Daniela Guerrero no concebía llevar una vida que le alejara de la realidad de pobreza que vive la mayor parte del mundo. «Era muy consciente de que la suerte que tenía de haber nacido en “una burbuja”, conllevaba la responsabilidad de encontrar la manera de hacer algo al respecto». Esta oportunidad llegó en una comida de trabajo en Suiza, cuando su carrera diplomática comenzaba a despuntar. Decidió entonces mudarse a vivir a una aldea remota al norte de Uganda, donde llegó en 2024, con 22 años. Su intención de pasar desapercibida pronto se vio frustrada ya que su color de piel la delataba.
¿Cómo una joven de Madrid acaba viviendo en una aldea perdida de Uganda?
Decidí estudiar Relaciones Internacionales en la Universidad de St. Gallen, en Suiza. Buscaba trabajar en un proyecto de cooperación no liderado por una ONG, ya que esto condiciona la primera impresión que tenemos de otras realidades. Quería trabajar en una estructura local, con un jefe local. Pero terminé dejando atrás este sueño de la infancia porque no encontraba la manera apropiada de realizarlo y me centré en la carrera diplomática. Empecé a trabajar en la Embajada Británica en Suiza. Un día, en una comida, una persona me habló de Isaac Alele, un trabajador humanitario y padre de familia que había fundado un colegio en su aldea en Dokolo, una región al norte de Uganda donde durante las guerras nunca llegaron las ONG debido a que se encuentra aislada por ríos y lagos. También porque es una región autosuficiente debido a la fertilidad de sus tierras. Concordaba con mi deseo de aprender de un líder local. Empecé a hablar con Isaac y su mujer, Goretty, y en abril de 2024 viajé a Uganda para conocerlos.
¿Qué te encontraste?
El Heritage Community School había surgido durante la pandemia por iniciativa de un grupo de padres a raíz del cierre de los colegios públicos. Como Goretty es profesora, comenzó a dar clases a sus hijos en casa y pronto se sumaron otros niños hasta llegar a ser cerca de 300, por lo que tuvieron que construir aulas temporales con madera que aportaba la propia comunidad. Actualmente el colegio cuenta con cerca de 400 alumnos de infantil y primaria y 14 profesores.
Pero cuando llegué, necesitaba construir las infraestructuras adecuadas para ser reconocido por el Gobierno. Debido a la doble economía, un saco de cemento tiene el mismo precio en España que en Uganda, mientras que el salario mínimo del país es aproximadamente de 56 € al mes.
El distrito de Dokolo está entre los tres últimos puestos del país en educación, pero este colegio demostraba un rendimiento educativo sin precedentes, por eso las autoridades tenían mucho interés en formalizarlo. Empecé a ayudar a Isaac a conseguir ingresos para el desarrollo de las infraestructuras. En este proceso, a través de un contacto de mi hermana pequeña, conocí a la Fundación Pablo Horstmann. Isaac y yo les hablamos del colegio y decidieron apoyarnos.
«Un padre me confesó que a través de mi estancia en la aldea, compartiendo tanto tiempo con los niños, él había conseguido encontrar una forma de expresar el amor que sentía por sus hijos»
¿Qué diferencia al Heritage de los otros colegios de Uganda?
Los profesores han crecido profesionalmente con el proyecto, no cambian de trabajo como es lo normal en Uganda, porque todos comparten una misión superior de querer cambiar el destino de su comunidad.
Además, tiene el mejor rendimiento académico gracias a la metodología individualizada que usa, que refuerza a los alumnos que tienen dificultades de aprendizaje con clases particulares. Porque lo que pasa en los colegios de Uganda es que los niños que no tienen capacidades se quedan fuera de la educación. Nuestro colegio acoge a todos estos niños que son excluidos. Por ejemplo, tenemos un alumno llamado Okullu. Es el primero de las generaciones de su familia que puede ir a la escuela de forma regular y con cierta estabilidad. El niño vive una pesadilla constante porque en su casa hay mucha violencia doméstica. Venir al colegio, poder comer -ya que en su casa no lo hace-, recibir afecto por parte de los profesores y de Goretty, le ha cambiado la vida.
¿Cómo ha mejorado la vida de los niños de Dokolo desde que llegó la Fundación Pablo Horstmann?
Ahora beben de una fuente de agua segura y mucho más cercana, aprenden en unas aulas permanentes y mucho más apropiadas para el aprendizaje. Pueden realizar los exámenes oficiales porque pagamos las tasas, y los profesores tienen asegurado el salario.

Mucho más importante que esto es que ha habido un cambio cultural porque en Uganda está muy normalizado el castigo corporal a los niños, tanto en la unidad familiar como en los colegios. Cuando llegué, presencié un ataque físico a una alumna por no sacar buenas notas. Por ser una niña mayor, de 15 años, el colegio no quería llevar a cabo el castigo y llamó al padre para que tomara la medida disciplinar pertinente. El padre la tumbó en el césped y le puso ladrillos en las piernas y en el pecho para pegarla. Para mí esto fue una línea roja que no se podía cruzar, a pesar de que yo intentaba no imponer mis valores occidentales.
Hablé con Isaac y le dije que me resultaría muy difícil ser parte de este proyecto y buscar una financiación mientras que en este colegio se permitiera el castigo físico a los niños. Hicimos una votación en el Comité de Gestión de la escuela con 14 miembros: 4 votamos a favor de parar esta práctica y 10 en contra, incluido el jefe del clan, William Ongom. En esa reunión, William me miró a los ojos y me explicó: “Los niños negros son diferentes de los blancos. No lo entiendes porque vienes de Europa. Los niños negros tienen que ser pegados para que aprendan”. Yo le contesté: “Haré un esfuerzo por entenderle, pero para mí, aunque el niño sea amarillo, verde o rosa, sigue siendo un niño con las mismas necesidades y los mismos derechos, sobre todo el derecho a ser protegido”.
¿Cómo habéis logrado transformar esta cultura?
Ahora me doy cuenta de que ha sido gracias a que después de cada incidente de castigo físico a los niños, yo escuchaba a la comunidad e intentaba no señalar a nadie. He vivido situaciones de mucha violencia de padres a hijos donde me ha resultado muy difícil no romper la relación con la familia, pero mi mirada hacia los padres violentos no cambiaba.
Pensar diferente al resto de mis compañeros me ha generado muchas dudas e inseguridad, pero viví dos momentos que me ayudaron a responderme a la pregunta de si estaba haciendo lo correcto:
El primero fue cuando poco más de un año después de llegar, William, el jefe de la tribu y presidente del colegio, me miró fijamente y, dirigiéndose a toda la comunidad escolar, afirmó que bajo su liderazgo no permitiría ni toleraría la violencia contra los niños: “He entendido que golpear a los niños ya no debe ser la forma de actuar”, afirmó. En ningún momento dijo: “Daniela dice esto y aquello”, sino que quedó claro que solo ahora que él era el portavoz de esta idea, generaría un cambio real.


El segundo fue cuando un padre vino a mi cabaña con los ojos llorosos porque quería compartir algo en privado. Me dijo que a través de mi estancia en la aldea, compartiendo tanto tiempo con los niños, él había conseguido encontrar una forma de expresar el amor que sentía por sus hijos. Me confesó que nunca había tenido un ejemplo de cómo demostrar amor a sus hijos con un abrazo, un juego o preguntando cómo les había ido el día en el cole. Me dio las gracias por ello. En ese momento yo también rompí a llorar y sentí un alivio profundo porque cuando llegué a la aldea, culturalmente chocaba mucho que mostrara gestos de afecto a los niños.
¿Y qué desventajas ha tenido para la comunidad la llegada de una ONG europea?
Desde que yo llegué, se comenzó a pensar que todos los avances que había en el colegio eran gracias al dinero que venía de fuera, haciendo sombra al esfuerzo y sacrificio diario durante años de todas las personas locales, que son el verdadero motor.
¿Cuál es la principal enseñanza que has recibido?
El lema de la Fundación: Solo por Uno. Lo que Ana Sendagorta me repetía ha cobrado mucho sentido para mí y es a lo que me agarro de aquí en adelante.
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